09 febrero, 2009

Fundación Vicente Ferrer

Una de las mejores experiencias que he tenido en India ha sido la visita a la Fundación Vicente Ferrer. Vicente, tiene ya 88 años pero tiene en los ojos y en sus palabras la jovialidad inocente y la energía de un adolescente. Lleva 40 años trabajando junto a su mujer Ana y a un gran equipo de trabajadores y voluntarios para conseguir unas condiciones de vida dignas para los más desfavorecidos en el distrito de Anantapur, en el estado de Andra Pradesh, uno de los sitios más empobrecidos y áridos de la India.

Llegué allá por casualidad. En Hampi me encontré con una de las voluntarias, médico que trabajaba en el centro de pacientes de SIDA de la asociación, que me comentó que era posible visitar los proyectos y quedarme unos días en la Fundación. El mismo día me llegó un mail de una amiga que había estado allí el año anterior y me recomendaba ir... y yo, aunque no creo en señales y sé que fue una casualidad, me dejé llevar un poco por la corriente (algo que recomiendo a todos los viajeros) y puse rumbo a Anantapur.

Tras 6 horas tragando polvo en un autobús llegué a la Fundación (bueno, técnicamente, al Rural Development Trust, o RDT, que es el nombre local), donde me acogieron con los brazos abiertos y donde el mismo Vicente, al que para mi sorpresa encontré nada más llegar, me obsequió con un poco de su atención, de su espíritu y de su sabiduría. En los siguientes días aluciné con la cantidad y calidad de los proyectos que desarrollan, la higiene en todas las instalaciones (incomparable con nada que hubiera visto antes en India), la profesionalidad en los hospitales, el éxito de los proyectos de ecología, las oportunidades que le brindan a los niños de las castas desfavorecidas y especialmente a discapacitados, a los que les han cambiado el futuro: de una vida sin salir de casa, recibiendo una alimentación deficiente y ninguna educación a una vida normal y una forma de ganarse la vida e incluso ayudar a la economía de sus familias. Pude tomar unas pocas fotos y algún video enormemente enternecedor, que espero compartir pronto.

Otra sorpresa vino del grupo de voluntarios, que me recibió como uno más y me hizo sentir en casa. A los pocos días de estar allí incluso me invitaron a colaborar en sus tareas, jugando al fútbol con unos niños sordos (descalzo y en un campo de chinas, intensa experiencia) o cantando algunas canciones en español al grupo de estudiantes del idioma.

Y claro, después de ver cómo funciona la organización y el amor que ponen todos los trabajadores y voluntarios, no me quedó más remedio que colaborar y apadrinar a un niño. Os invito a que hagáis lo mismo, podéis apadrinar fácilmente a través de la web de la fundación por solo 18€ al mes, o ver si vuestro perfil encaja con el de alguno de los voluntarios que necesitan en India o en España. Y a los que estáis viajando o planeáis viajar en India, os recomiendo incluir en el itinerario una visita a la fundación.

Mi tiempo en India se acaba. En unas horas tomo un avión que me llevará a Bangkok, desde donde empezaré a explorar el sudeste asiático. Como tantas veces en el viaje, se mezcla la melancolía por dejar un sitio que has llegado a amar con la emoción de visitar un nuevo lugar y conocer una nueva cultura. Pronto publicaré un pequeño post con un resumen de lo mejor que he encontrado en India. Hasta entonces, cuídense mucho.